Por: Karina Posadas Torrijos
El día que cayó mi cumpleaños, dio la casualidad de que el mundo se iba a terminar. Vaya suerte mía, Anaid no vendría a verme, lo habríamos pospuesto para tiempos mejores y el universo me salía con esto. ¿No podría haberse esperado unas dos semanitas más? En fin. El mundo ya daba las últimas, cuando decidía acostarme tranquilamente sobre mi cama a esperar lo inevitable. En semejantes circunstancias nunca hay gran cosa que pueda salvar el día, para colmo, todos los que conocía se habían olvidado de mí, digo, el cielo se está cayendo, pero no es razón para dejarse llevar por el pánico y no tener consideración sobre mi persona.
Cavilaba en esto cuando del fondo del techo vi bajar una graciosa muñeca de porcelana color azul. Más sorpresivo fue que después viniera otra de color rojo y luego una verde y una amarilla y una morada y una… Increíble, todas bailando a un mismo compás y yo con estas alucinaciones que nada más no me dejan. Digo, si el universo estaba confabulando en mi contra, no había necesidad de que, además, me trastornara en mis primeras últimas horas de vida…
Ya que no quedaba de otra, me dispuse a tomar a una de esas frágiles muñequitas, cual va siendo mi sorpresa que la muy desdichada, al intentar huir de mí, se estrelló contra la pared y la manchó del mismo color que su vestido. Intenté una y otra vez y siempre con el mismo resultado. ¡Rayos!, si mi madre entra, pondrá el grito en el cielo y no me dejará en paz hasta que vaya por la escoba y limpie todo este tiradero.
Barriendo y limpiando paredes. Si el mundo se iba a acabar, por lo menos que estuviera limpio mi cuarto, así mi consciencia estaría tranquila por toda una eternidad. El mundo es triste cuando tu cumpleaños es el mismo día que el fin del mundo. Pude soportar lo del Paricutín, ¿pero esto?… ¡Basta! Las cosas no cambiarán de la nada… En eso pensaba cuando alcancé a ver a la última muñequita de porcelana, sobreviviente a la masacre y vestida del negro más esplendoroso que haya divisado. Se partió por la mitad y salió una hoja de papel: “dónde están Todos?”, decía. “No sé” di por respuesta. Yo nunca sé nada, es el mayor privilegio que me pudieran haber dado.
De la nada pude ver con claridad lo que sucedía, todos se habían convertido en muñecos de peluche coleccionables con figuras de personajes míticos. Las promociones no se pueden desaprovechar, tener a mis amigos de peluche legendarios, edición limitada, era una oportunidad que no podía dejar escapar. ¡Llévelos, llévelos! Adornaban así el muro una Anaid hada, un Marco caballero, un Arturo fauno (medio apolíneo), una Érika Atenea, una Ale renegada y un Johny Boy… geógrafo explorador. Digo, no siempre se puede tener lo que se quiere.
Febrero 2009
sábado, 6 de febrero de 2010
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