Instante

Alejandra C. L.

Hacía tiempo que no la veía. Observé sus ojos vidriosos y comprendí cuanto había sufrido. Me acerqué en aquel restaurante y la llamé por su nombre: Nadia.
Volteó. Sonrió débilmente al descubrir mi figura. Le pregunté con temor si podía sentarme con ella.
- Claro- comentó con un dejo de tristeza.- Puedes hacerlo...Emanuel.
Me senté frente a ella, preguntándole sobre como le iba desde que terminamos la preparatoria y nos dejamos de ver, cinco años atrás.
- Sólo te puedo decir que me ha ido muy mal en cuestiones amorosas desde que me dejaste- dijo con amargura, tomó un poco de su jugo como si aquello le turbara. Sonrió con tristeza, disimulándolo con un ademán de sus manos- ¿Y tú qué has hecho?
Me sentí extraño ¿Qué le podía decir a una chica que aún parecía sentir algo por mí? A diferencia de ella, yo estaba muy bien. Estaba comprometido y me casaría en dos meses. Sin embargo, por alguna inusitada fuerza, al verla ahí sentada aprecié de nuevo aquella euforia que percibí cuando una amiga suya nos presentó. Tal vez esa era la razón por la que me acerqué de nuevo con ella, desvaneciendo totalmente todo lo que sentía con mi actual pareja... hasta ese entonces.
Barboté demasiadas mentirass sobre mi vida, empezando porque no le dije nada sobre mi próxima boda. Pero si le dije sobre lo bien que me fue en la facultad de medicina, sobre cada una de las mujeres de mi vida y sobre otras tantas que pasaron por mi cama y...
- Y entre todas esas ¿Ya encontraste a alguien con quién compartir tu vida?- inquirió con la voz más apagada.
Me acababa de acorralar. No tenía opción. No debía ilusionarla más...Pero ¿Por qué seguía sintiendo esos extraños mariposeos al verla con esos ojos inquisidores, mismo que fueron la causa de mis delirios de adolescente? Parecía tan dispuesta a aceptarlo.
- Sí... o al menos eso creo- dudé al final, sacando un largo suspiro.
Ella se rió un poco. Pareció revivir aquella alegría que había ocultado en su infinita tristeza.
- Vaya, vaya- anunció sin dejar de sonreír, esta vez con ironía.- Si es así...¿Por qué te acercaste?
Me sonrojé. Al menos eso sentí. Podía hablarle sobre cualquier cosa...sí podía...pero ella tenía un sexto sentido capaz de adivinar las mentiras de otros, o incluso la palabra exacta con la que uno se expresaría... Era capaz de descubrirte todo.
Sonreí con timidez, como sucedió la primera vez que la vi. Le contesté con claridad:
- Tú bien sabes por qué...