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De antemano, les agradecemos esta previa lectura y a disfrutar...

Editorial

¡En este número!
Con motivo de la primavera, hemos decidido abordar artículos relacionados con la naturaleza, desde el comportamiento de la Tierra hasta las catástrofes causadas por la contaminación humana, así como algunas soluciones para evitar que el calentamiento global nos siga afectando. Pon tu granito de arena y colabora contestando la encuesta en nuestro enlace. En la sección de música encontrarás algunas canciones que le tocan a la madre Tierra y preocupaciones mundiales acerca de la manera cruel en como tratamos nuestro entorno. Disfruten la lectura y no olviden dejarnos sus comentarios acerca del impacto contaminante de nuestra era XD

jueves, 21 de enero de 2010

Apocalipsis... for ever

Para Ale Cruz López...

Abrieron la puerta y entraron al sótano. En todos estos años viviendo en esa casa, nunca habían tenido que introducirse tan estrepitosamente. Afuera el cielo se había tornado rojo y la lluvia no alcanzaba a limpiar el dolor de la tierra. Era el principio del caos, de ahora en adelante el futuro dejaba de existir… Pero, ¿acaso alguna vez lo hubo?

Alejandra era la mayor de los tres, por lo tanto le correspondía mantener la calma en sus hermanos y en ella misma. Pensar que minutos antes se encontraban sentados frente a la computadora, tratando de averiguar sobre el cerco levantado alrededor de la ciudad. Murallas altas e inquebrantables, imposibles de saltar. No sabían qué era mejor, si quedar atrapados entre paredes de azufre o afuera… en la nada.

Por fin se había descubierto lo que todos trataban de negar, lo que nadie había querido creer: el segundo sello se había roto y el jinete del caballo de fuego se unía al primero. La guerra entre las naciones había terminado, ya sólo quedaban claustros que luchaban por mantenerse hasta el final. Y ellos… No sabían lo que les sucedería. Su ciudad había entablado alianza con esos demonios, que si no fuera por las enormes alas, podrían pasar por humanos comunes, pero eso no tenía importancia en este momento. Mientras no los descubrieran, todo estaría bien… por el momento…
—¡Esto es tu culpa, Alejandra! –dijo Ana, su hermana—Si no te hubieras empeñado en ir por esa gata al jardín, no se habrían fijado en nosotros. Pudimos haber vivido nuestros últimos días en paz.

Alejandra escuchaba, mientras abrazaba a Kírara. Sus padres habían sido muy pertinentes al haber llenado ese sótano de conservas. Jamás había entendido la obsesión de cada primavera que ahora les permitiría vivir durante años sin preocuparse por la comida. No necesitaban más, ella tenía decenas de cuadernos y lápices, podría pasar los días dibujando y escribiendo, eternamente, esos sueños ya imposibles.

—¿Qué haremos? Están destruyéndolo todo. –Dijo su hermano, esperando que Ana dejara de recriminarle a Alejandra su descuido. –¡Si siguen así, no tardarán en encontrarnos!

Silencio. No dejaban de escucharse los golpes y el estruendo. No quedaba otra opción.

—Lamento haberlos metido en esto… —decía Alejandra mientras caminaba a uno de los rincones, abrió una de las cajas y sacó dos cuadernos amarillentos, tomó algunas conservas y las metió en una vieja mochila. Abrazó con fuerza a sus hermanos y conteniendo las lágrimas les dijo: “Cuídense el uno al otro y, pase lo que pase, quédense juntos hasta el final.”

Sabía lo arriesgado de su objetivo y sus palabras, más que para tranquilizarlos a ellos, eran para darse a sí misma la esperanza de que volvería a verlos, aunque todavía no estaba completamente segura de eso.

Caminó unos pasos y levantó a Kírara del suelo: —No intentes seguirme. Prefiero que te quedes cuidándolos. ¿Lo harás, verdad? Yo regresaré… Algún día… Lo haré…
Puso a la gatita en los brazos de su hermana y les pidió que guardaran silencio. Tenía que salir de allí sin que nadie la viera, si no lo hacía de esa manera, todo habría sido en vano.

—Siguen en la sala…—dijo su hermano tratando de ocultar el quiebre de su voz. –Parece que ahora van a la cocina…

—Creo que son tres y están subiendo las escaleras de nuevo, es ahora o nunca—. Miró una vez más a sus hermanos y sonrió. Si era la última vez que la iban a ver, quería que la recordaran así, con una gran sonrisa.

Salió rápidamente y cubrió la entrada con una alfombra. Faltaba una hora para que el Sol saliera, sólo entonces los demonios regresarían a su guarida para protegerse de la luz. Por el momento tranquilizaba todas sus angustias, pero si el tercer sello era roto, ya todo estaría perdido. Analizó todas las posibles escapatorias y comenzaba a dudar. ¿A dónde iría? Aunque corriera muy rápido, el amanecer nunca llegaría a tiempo, pero ya no podía haber marcha atrás.

Se dirigía a la puerta cuando su mochila calló sobre el jarrón que su hermana y su padre habían traído de Japón. Eso ya no tenía importancia, pues sus cuadernos y las conservas serían los únicos recuerdos que le ayudarían a sobrevivir allá afuera.
El primero de ellos, con sus enormes alas, se abalanzó hacia ella mientras levantaba sus cosas. Sus manos lanzaban furiosos rayos que apenas logró esquivar al cruzar la puerta.

Ya estaba en la calle cuando vio al segundo de ellos, despidiendo ráfagas de viento ardiente. Ella corría, pero cada vez se acercaban más y más y el Sol… al Sol le faltaban veinte minutos para terminar de salir.

Al volver la vista al frente se encontró con el tercero; era alto y con unas alas azules como el mar en invierno: frías, pero de una hermosura inigualable. Y sus ojos… sus ojos eran igual que el verde de los aretes de esmeralda que su madre usaba cada domingo.

No tuvo a dónde correr, él la levantó por el aire y justo cuando pensó que la soltaría, sintió una fuerza que los lanzaba sobre el techo de alguna casa. Preparada para recibir el impacto que seguro su cuerpo no resistiría, no se percató de que los brazos que la sostenían la rodeaban con firmeza.

Ambos cuerpos atravesaron un gran tragaluz para las pasadas noches estrelladas de luna llena. Alejandra abrió los ojos y con sorpresa vio que estaba sin rasguños. Él había recibido todo el golpe de la caída e inevitablemente sus alas se fueron tornando moradas, mientras su piel se teñía de un rojo siniestro.

El primer demonio, con los rayos entre las manos, se aproximaba. Sin miramientos los destruiría, pese a que sólo ella era la enemiga. Miró los ojos verdes y alcanzó a divisar en medio del odio, una ternura latente e inexplicable. Él la sujetó de las manos para evitar que se fuera, no sé si por protección o por egoísmo, y justo cuando los hilos de electricidad comenzaban a llenar peligrosamente la habitación, un grito espantoso retumbó en las paredes. La luz llegó convirtiendo en cenizas de azufre a los demonios que los amenazaban. Por fin había amanecido.

Alejandra se levantó y se acercó a las cenizas, no pudo ocultar su sorpresa al notar que se convertían en mariposas de colores al momento de rozarlas con sus manos. Y en medio del silencio, se escuchó la voz al fondo que decía:
—¿Cómo es que puedes hacer eso?
—No lo sé. Nunca había pasado antes. – Respondió.

Sintió el dolor de la soledad, el miedo por sus hermanos y por todo lo que quedaba por venir. Fue entonces que las mariposas la rodearon con su halo multicolor y la llenaron de una tranquilidad absoluta, sabía que ellas la acompañarían en su larga travesía y en las batallas que le quedaban por librar.

El temor volvió cuando fijo su vista en la esquina donde él yacía. No podía dejarlo así, sus heridas eran demasiado graves como para abandonarlo a su suerte. Tomó su mano y lo ayudó a levantarse. Recorrieron la casa que parecía encontrarse vacía hace tiempo. Llegaron a una habitación que conservaba una vieja cama y algunos otros enseres. Ella lo recostó, retiró cada vidrio incrustado sobre esa piel blanca y miró cómo iban desapareciendo, con cada toque de sus dedos, las oscuras yagas.

—¿Por qué haces esto? –preguntó él.
—No sé. Quizás porque me salvaste la vida.
—Yo no hice eso –replicó mientras sus alas recobraban su esplendor. —¿Cómo sabes que no te haré daño cuando termines?
—No espero nada.

Hubo un largo silencio. Alejandra fue a explorar la casa, en tanto él vigilaba desde lejos todos sus movimientos, sus expresiones, sus sorpresas. Nunca había visto una como ella. No tan cerca. Toda una eternidad esperando y siempre había dudado de su existencia.

Conforme caía la noche, él recuperaba su fuerza y sus poderes. Y por fin, después de tanto silencio, le dijo:
—No puedes esconderte aquí. Has dormido tanto tiempo y no puedes quedarte de brazos cruzados mientras el mundo se destruye.
—No entiendo…—contesto Alejandra.
—Entenderás. Ya lo harás. Pero… no conseguirás sobrevivir con esa naturaleza. Para derrotar al mal, es necesario que también poseas algo de maldad.

Por primera vez en mucho tiempo pensó en el futuro, en lo que sucedería si era cierto lo que él decía, en la responsabilidad siempre oculta que la perseguía. ¿Y si fallaba?

Él se fue acercando a ella. Puso en sus manos la libreta que no había alcanzado a recoger en su casa, aquella donde escribía todo lo que pensaba y sentía. Estaba por dar las gracias cuando él la besó con una ternura que ambos desconocían. Entonces sintió como el fuego comenzó a recorrer su cuerpo, como sus manos se volvían capaces de crearlo y manipularlo a placer, pero también sentía lo otro, las mariposas que se habían quedado con ella y eso que en estos tiempos ya nadie pronuncia.

Su ángel salió y le aseguró que regresaría por la mañana. Sí. Ahora no había duda. Eso… Eso que le faltaba al mundo. Eso que sentía mezclado al dolor y a la ternura y al mal y a la alegría y al fuego… Eso… Eso se llamaba amor.

Karina Posadas Torrijos
Noviembre 2008

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